Comentario
Capítulo III
De la disposición de la Sierra y Andes
La otra parte en que está dividido este amplísimo Reino del Perú, y la más ancha y extendida, se llama la Sierra porque, por la mayor parte que se camina, son todos cerros altísimos y valles profundos; y otras veces en los altos desta sierra hay algunas llanadas que, como están descubiertas y desabrigadas y los aires corren sin defensa, son frigidísimas, y en ellas hay continuamente nieve mucha o poca. Estas partes se llaman punas, y no sin particular misterio y providencia divina, como luego diremos. Desde Panamá y Nombre de Dios empieza a correr una cordillera de sierras que no para hasta el estrecho de Magallanes. Destas sierras, que ordinariamente están nevadas poco o mucho, proceden los ríos; y algunos son tan grandes, profundos y anchos que se tienen por los mayores del mundo, como son el río Marañón de Orellana, el de la Magadalena, el de la Plata y otros famosos, los cuales, sin duda, exceden a los mentados de los antiguos y modernos en la India Oriental, como son Ganges y el Indo, y en África, el Nilo, y en Europa, el Danubio y otros célebres, porque ninguno de ellos hay que tenga treinta y cinco leguas de boca como la tiene el de la Plata, el río Marañón, que tiene más de cincuenta leguas de boca y corre hasta la mar mil y quinientas, que quien le ve le juzgara por otro océano. Sin éstos hay otros de menor nombre, que unos van con sus aguas a pagar el tributo al Mar del Sur y otros al del Norte, y acontece en una sierra alta nacer de un mismo lugar en la cumbre dos ríos: uno por un lado y otro por otro; y el uno ir a parar del otro más de mil leguas de distancia, que es cosa notable y maravillosa. Estos ríos en tiempo del estío crecen, y sobrepujan de manera que más parecen mar que hijos de ella, porque entonces en la sierra son las lluvias más continuas y furiosas, y es de saber que en los Llanos, por los meses de mayo, junio, julio y agosto, caen las garuas que refrescan y alegran la tierra, y entonces llaman invierno, y los ríos van con poca o ninguna agua. Pero en la Sierra, desde el mes de abril hasta septiembre, no llueve cosa de consideración, y entonces son los fríos y hielos, y se abrasa y agota la tierra, y a este tiempo llaman verano, porque no llueve, aunque el sol está bien lejano y los días son cortísimos, tanto que por San Juan aún no ha bien aparecido el sol, cuando se esconde. Desde octubre empieza el cielo a arrojar agua de sí, que dura comúnmente hasta todo marzo, y, con mayor furia en el mes de enero y febrero, y entonces son los días grandísimos, al revés de España, y en este tiempo dicen en la Sierra invierno y en los Llanos verano, y procede de que la fuerza del sol eleva mayores vapores de la tierra que convierte en agua. Así son los aguaceros grandes, de manera que, a lo más ordinario, desde medio día para abajo se camina con riesgo de mojarse muy bien; y entonces los ríos crecen sin medida y llevan unas avenidas y raudales furiosísimos, porque de todas partes se les juntan arroyos que bajan de las sierras despeñándose, y los manantiales de agua brotan con mayor fuerza, y así bajan a los Llanos anchos y extendidos.
Los pueblos de los indios, en esta sierra, están situados en los lugares más llanos que entre los cerros se hacen, o en las laderas y repechos; de suerte que pocos pueblos hay que estén extendidos, y que en ellos haya disposición para una carrera de caballo. En los valles hondos y calientes hay pueblos de indios yungas, como en los Llanos, y tienen huertas llenas de árboles frutales de las Indias y de Castilla, como son higos, membrillos, manzanas, duraznos y en algunas partes uvas, pero no con la perfección que en los Llanos. Y en estos valles siembran las semillas de ellos, como son camotes, maní, pepinos; pero el principal sustento de los serranos es el maíz que, sembrado en puestos templados, es mejor y de más fuerza que el de los Llanos; y de él los unos y los otros hacen chicha, que beben ordinariamente y las más veces hasta embriagarse, aunque hacen más estima y caudal del vino, como licor tan sabroso, y en sus convites lo dan por regalo. Las papas es otro sustento generalísimo entre ellos. Estas se dan en las punas y tierras frías, y son como las turmas de tierra de España. Destas papas hacen ellos, en las más provincias, el chuño, desta suerte que, cogidas las papas al tiempo de los más recios hielos, que son por San Juan, tiéndenlas y déjanlas al sereno toda la noche; y con aquel frío se endurecen, y después las pisan, y queda hecho el chuño, sabrosísima comida y de gran fuerza y de tal manera, que muchos que las han comido en las indias, vueltos a España, entre los regalos y frutas suaves de ella, se lamentan por el chuño. Cómenlo cocido, y otras veces en los locros, comida ordinaria de las indias; y hacen de ello molido mazmorras. Otras raíces también siembran, que dicen bocas, y las comen crudas y cocidas, y son dulces, y otras veces las secan, y secos se llaman caui. Es comida caliente. Sin estas cosas gozaban y gozan los indios serranos de más abundancia de carne de la tierra y de Castilla, que los yungas de los Llanos, lo cual les procede de los muchos pastos que tienen.
Porque en las punas, que dije al principio, crían infinito número de ganados vacunos, ovejuno y de la tierra, que principalmente se reduce a dos suertes; una es de los que llaman carneros huancayo. Estos son a modo de unos potros de cuatro o seis meses, lanudos, pero no tanto como otra suerte que hay, dicha pacos. Estos carneros, mientras menos lana tienen, son mejores para cargas, porque en ellos se miran las circunstancias, que un buen caballo: buenos pies y manos y bajo. Si este ganado no hubiera en el Perú, no sé que fuera dél, porque las más mercaderías y trajines que en todo él se hacen, son con este ganado, porque un carnero de estos lleva dos botijas de vino de arroba cada una, y cuatro cestos grandes de coca y una petaca de un pasajero y, a veces, un almofrex, y mediante ellos se provee toda la sierra de vino que se lleva desde Arequipa, que hay ciento y cincuenta leguas, y desde la Nasca, que hay más de doscientas y veinte, a Potosí que es el centro, donde va a parar. No es ganado que ha menester gastar herraje. Camina cada día dos o tres leguas, y no le han de sacar de su paso porque, sin duda, Dios le ordenó conforme a la flema de los indios, porque, en apurando a estos carneros, vuelven el rostro, y rocían con la saliva y aguasa que llevan en la boca, que es sucia y hedionda, al indio o español que está más cerca. Si se cansa, y se echa, no hay levantarse hasta que le quitan la carga. De estos carneros hacen los indios la carne seca al sol, que comen y llaman charqui y, cuando son corderos, asada y guisada es muy sabrosa, y que se puede comer sin asco; y el charqui de los corderos es más preciado.
Otra suerte hay de este ganado llamado pacos. Es menor y no sirve para género ninguno de carga, sino sólo la lana de ellos, porque les crece notablemente, y es blanca y negra pardayoque, que dicen frailesco, y cada vellón tiene a cinco o seis libras de ella, y es tan suave y blanda, que la seda casi no se le iguala. Desta lana se visten en general todos los indios serranos, y la blanca la tiñen con magno, que es finísima grana, y de amarillo, anaranjado, verde y azul, que lo tiñen con unas papas que hay azules, y llaman chapina. Con estas colores hacen sus listas para engalanar y hermosear sus vestidos. También comen la carne de estos pacos, aunque no es tan buena como los corderos de otro género que dijimos. Sin esto, cazan venados que hay muchos en la Sierra, y vicuñas y guanacos, de donde sacan las famosas y celebradas, contra todo género de ponzoña, piedras bezares, las cuales se hallan en el buche de estos animales, muchas o pocas conforme la edad que tienen. Cazan también infinitas perdices, y otros diversos géneros de pájaros que hay en las punas, como son garzas, ánades y patos. Son en tanto número los corrales que hay en las punas, y desiertos de estos ganados, que no admiten cuenta especial en la provincia del Collao, que como son, aunque llanas, frigidísimas, cubren el sol los ganados de la tierra y Castilla que en ella se crían. Así andan todos los indios serranos, o la más parte, hartos y satisfechos, especialmente los que son ricos de ganado; y en esto exceden notablemente a los yungas de los Llanos.
El vestido es el mismo en el talle de los yungas, y una manta, que dicen yacolla, cuadrada, una camiseta que les llega a las rodillas, y a veces las hacen de raso, damasco y terciopelo. Su llauto a modo de rodete en la cabeza y sus ojotas, y los cabellos se los dejan crecer haste el parejo de la boca, y sólo lo que dice la frente cortado. Las mujeres los cabellos traen sueltos, y en algunas regiones lo cortan por encima de la frente, casi sobre los ojos, especialmente en los chinchaysuyos, y lo demás caído sobre las espaldas. El vestido ya está dicho. El lenguaje, desde la ciudad del Cuzco para abajo, se habla la lengua quichua, y en el Cuzco con toda la perfección posible; y de allí hacia Lima, hasta Quito, con más rudeza y menos elegancia. Del Cuzco para arriba: Collao, Chuquito, Chuquiapu y Charcas, la lengua aymara, también general y copiosa en vocablos y pulideza. Hay en la Sierra, entre los indios, lugares y naciones más políticas y entendidas unas que otras, y diversas inclinaciones. La nación de los Uros, que residen en la provincia del Collao y por riberas de la laguna famosa de Titicaca, dicha de Chucuito, es gente zafia, bruta y bestial, sin género de policía, inclinada a hurtar. Lo más en que entienden es en pescar en la laguna, y comen los peces crudos y la carne que hurtan, cruda. Solíanse vestir antiguamente de carrizo, tejiéndolo a modo de esteras, y de allí hacían una forma de jubones que se ponían, y comían yerbas crudas y una simiente que allí hay semejante al mijo.
La condición, en general, de los indios es triste y melancólica, inclinada al vicio de la lujuria notablemente, y al comer y beber hasta perder el juicio. Son por la mayor parte mentirosos, sin traza algunas veces, y otras, con tanto artificio, que exceden a los más sutiles ingenios de los españoles; flemáticos, ingratos, no reconociendo el bien que los hacen; y así dice un refrán: al indio no le hagas bien si no es por Dios, porque, de otra suerte, es perdido, ni mal, porque es lástima. Son, por lo más ordinario, miserables y, en conclusión, a cualquiera cosa de virtud y trabajo los han de llevar, más por mal y miedo que por bien ni premio.
La otra parte en que se divide este reino, es los Andes. Desta tenemos poca noticia, al menos de la tierra adentro. Es tierra montuosa, con los bosques espesísimos e intrincados; llueve en ella de ordinario, y así es humedísima y calidísima, de lo cual procede ser tierra más enferma y sin comparación que los Llanos y costa de la mar. Hay en esta tierra infinitas diferencias de árboles silvestres y muchas palmas, plátanos, cedros y piñas, que producen aquella fruta tan dulce y apetitosa y celebrada en el Perú. Hay mil diferencias de pájaros: hermosísimos papagayos, huacamayas, y otros géneros, pintados de varios colores. Críanse en ella animales bravos como son tigres, leones, onzas y culebras de extraña grandeza. Sobre todo se planta y beneficia en esta tierra el árbol, que lleva aquella hoja tan preciosa de los indios llamada coca, y con cuya contratación y trajín tantos españoles han ido ricos a España a descansar. Esta coca tienen los indios para sus contentos y regalos, y la mascan y comen y, siendo ella de suyo amarga, les parece dulce y sabrosa. Los indios de estas provincias de los Andes son grandes flecheros, y hasta ahora no han recibido el bautismo, y así no pertenecen al gremio de la Iglesia, ni quieren dar la obediencia al Rey Católico ni ministros. Como es tierra pobre de lo que buscan los españoles, que es oro y plata, no entran a conquistarlos. Tiénese por cosa cierta e infalible que, si se atravesasen estas montañas y se caminase hasta doscientas leguas, se hallarían tierras y provincias de bonísimos temples, y llenas de gente vestida rica y aun doméstica. Estos indios andes cada día van disminuyéndose. Tendrá esta tierra del Perú, de que vamos tratando, desde la costa del mar del Sur hasta los Andes (y el río famoso que por ellos va, que algunos tienen por sin duda es el Marañón), de ciento y diez a ciento y veinte leguas. Estos Andes corren de la misma manera que la Sierra: de abajo arriba, por todo el Perú con grandísimas y espesas montañas, como está dicho.